A fines de los años 80, cuando Chanco todavía era un territorio tímido en producción cultural y los festivales veraniegos se distribuían por el país sin grandes pretensiones, una idea tomó fuerza en el corazón rural de la comuna: rendir homenaje a una de sus hijas más ilustres, Esmeralda González Letelier, conocida en el mundo artístico como Guadalupe del Carmen, la voz femenina más influyente de la música mexicana en Chile.
Era febrero de 1989 cuando el municipio, casi sin imaginarlo, encendió una chispa que no solo saldaba una deuda simbólica, sino que daría origen a un evento que 35 años después vivirá unos de los hitos más importante: su transmisión en vivo por Chilevisión, uno de los canales de mayor audiencia del país.
La primera versión del festival pretendía ser un acto único de despedida para la cantante nacida en Quilhuine, quien falleció en 1987 dejando una marca imborrable en la cultura popular. Pero ocurrió algo que ni siquiera sus organizadores previeron:
el público no dejó que terminara ahí.
“Chanco entendió que Guadalupe del Carmen no era solo una artista: era una parte de su identidad”, recalcaba en una nota de la época, Osvaldo Waddington Carrasco, unos de los creadores del certamen.
Con el tiempo, el pequeño escenario del gimnasio techado quedó corto. La audiencia creció en la misma proporción que la calidad de los artistas invitados, los mariachis, los ballets folclóricos y la competencia. En 1995, el festival migró a la medialuna, recinto que hoy también parece pequeño cuando las entradas se agotan en cuestión de horas.
Un renacer silencioso que hoy alcanza su punto más alto
Si bien el festival hoy vive su mejor momento, su historia no ha estado exenta de pasajes complejos. Durante algunos años se cuestionaron los altos costos de producción frente a espectáculos que no lograban satisfacer las expectativas del público, un debate que se volvió recurrente y que erosionó la confianza en el rumbo del certamen. A ello se sumaron las suspensiones obligadas por los incendios forestales que golpearon a la zona y, más tarde, por la pandemia, que dejó en pausa a la cultura y postergó tradiciones tan arraigadas como esta.
Pero esos tropiezos no frenaron su avance. Por el contrario, los últimos tres años han marcado un despegue inédito, donde la profesionalización, la mejora técnica y la recuperación de la identidad original del festival permitieron transformar la incertidumbre en una plataforma de crecimiento y proyección.
Bajo la administración del alcalde Marcelo Waddington Guajardo, el certamen vivió una transformación estructural. La mejora no fue cosmética: se profesionalizó la producción, se reforzó el estándar técnico y se ordenaron servicios que durante décadas fueron un punto débil. El cambio se nota en cada rincón. De las antiguas mediaguas utilizadas como camarines, el festival pasó a contar con estructuras metálicas amplias y dignas, pensadas tanto para funcionarios como para artistas. Los patios de comida —antes improvisados sobre tierra— hoy operan bajo carpas limpias, bien iluminadas y con espacios que permiten a las familias compartir mientras siguen el espectáculo a través de pantallas gigantes instaladas en distintos puntos del recinto.
A ello se sumó un aumento en la disponibilidad de servicios higiénicos, un trabajo logístico más robusto y una estrategia comunicacional que multiplicó el alcance del evento y lo instaló en la conversación regional.
El resultado ha sido evidente: entradas agotadas en horas, filas de cuadras, la oferta hotelera sin cupos y un creciente interés regional por asistir. Pero nada se compara con el anuncio de este año: el Festival del Cantar Mexicano Guadalupe del Carmen será transmitido por Chilevisión, llevándolo a una audiencia nacional y mundial.
Un salto que, según quienes conocen la trastienda, no es fruto del azar sino de gestiones sostenidas, una visión clara y un municipio decidido a convertir su tradición en una marca cultural del Maule.
Expertos culturales explican que el éxito del festival no radica solo en su nostalgia estética o en el encanto del mariachi. Hay algo más profundo:
la música mexicana dialoga directamente con la vida rural chilena.
En los campos de la zona central, generaciones crecieron escuchando rancheras y corridos en radio a pilas. Historias de amores sufridos, de trabajo duro, de injusticias, de patrones abusivos y de sueños a medio camino. Relatos que México compuso, pero que Chile vivió igual.
Por eso, cuando los 12 concursantes —cantantes aficionados preseleccionados— interpretan clásicos mexicanos, las familias reconocen su propia historia.
Y por eso también, durante dos noches, Chanco se convierte en una especie de pequeño DF, donde los sombreros, los trajes de mariachi, la música y el sentimiento se viven con el corazón.
La transmisión televisiva abrirá un escaparate inédito para Chanco. No solo exhibirá el espectáculo: mostrará su gente, su gastronomía, sus paisajes, su costumbre de acoger con amabilidad y esa mezcla de orgullo y sencillez que caracteriza a la comuna.
En su reciente visita al matinal Contigo en la Mañana, el alcalde Waddington llevó productos locales, habló del espíritu del festival y presentó a Chile una imagen clara:
Chanco está listo para que el país —y quienes lo ven desde fuera— descubran lo mejor de su identidad.
“Este es un logro cultural, pero también económico y turístico. Es una oportunidad para emprendedores, para el comercio, para nuestros artistas y para cada familia que ama este festival”, señaló el jefe comunal durante el anuncio oficial.
En su versión número 35, el Festival del Cantar Mexicano vive el punto más alto de su trayectoria. No solo se consolida como un evento patrimonial del Maule, sino que se instala en el mapa nacional con la fuerza de una tradición que nunca dejó de crecer.
Lo que comenzó como un homenaje humilde, hoy se proyecta a hogares de todo Chile.
Y si algo ha demostrado Chanco, es que cuando sueña, lo hace en grande.




